Cuando leí las 7 cosas publicadas en esta nota, acerca de lo que -según Donata Elschenbroich- un niño de 7 años debería saber, confieso que me sentí cautivada, y a la vez fue para mí un leve llamado de atención. Porque no pocas veces he considerado que una actividad de ortografía o una lapbook de ciencias pesa más que una construcción entusiasta en la arena húmeda… les transcribo este artículo en honor a Gaia, a su derecho de experimentar todo lo que se le antoje antes de pasar a cuestiones puramente intelectuales, y al compromiso de nosotros sus padres de velar porque así sea.
Nota publicada en ideal.es acerca de este libro y de su autora Donata Elschenbroich:
Pasear por un cementerio con un adulto. 
Cambiar una pila. 
Tomar el pulso a un amigo y a un animal. 
Perdonar un castigo injusto. 
Construir un muñeco de nieve, un castillo de arena, un dique en una corriente de agua.
Experimentar la piel de gallina. 
Guardar un secreto. 

Son cosas que un niño de 7 años debería saber o haber hecho, según Donata Elschenbroich (Múnich, Alemania, 1945). La experta en educación acaba de publicar en España una nueva edición de su libro ‘Todo lo que hay que saber a los siete años’.

«No se trata de una lista de control para comprobar qué habilidades y experiencias cumplen los niños -advierte la especialista en Música y Literatura-. Más bien se trata de una lista de control de las obligaciones de los adultos. Debe servir para preguntarse: ¿qué oportunidades educativas debemos a los niños de siete años?».
Los destinatarios del libro son padres, educadores y políticos. No en vano, más allá de la curiosa lista de habilidades y experiencias, el ensayo incluye entrevistas con expertos y con padres, ‘estampas educativas’ sobre diferentes aspectos del desarrollo de los niños y una breve presentación de la filosofía y la práctica de la educación preescolar en países tan distantes y distintos como Estados Unidos, Inglaterra, Japón y Hungría.
Los siete años son la edad a la que comienza en Alemania la educación primaria, un año más tarde que en España. En el libro, Donata Elschenbroich concluye que hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo veinte, el periodo preescolar ni siquiera era considerado propiamente educativo. Los bebés y los niños pequeños no eran importantes.
En los años setenta y ochenta, las guarderías se concibieron como una infraestructura necesaria para hacer posible la vida laboral de las mujeres, lugares donde los niños estaban cuidados y jugaban, sin la menor ambición pedagógica. «El primer contacto con las artes y las ciencias se aplazaba para los años posteriores», señala la autora.
Del ocio a la educación
Eso ha cambiado. En los últimos años, «las expectativas en educación preescolar como etapa educativa elemental han aumentado notablemente, en relación con la pedagogía del cuidado y la ‘fun morality’ de los años ochenta. Prepararse para la resolución de problemas, ser capaces de cooperar, aprender a aprender… Ya nadie pone en duda que las bases para todo esto se remontan a los primeros años», indica Elschenbroich.
La crítica al sistema educativo de su país le llevó a elaborar una primera lista de conocimientos que un niño debería tener antes de comenzar el periodo escolar. Después la enriqueció con los resultados de 150 entrevistas a padres, profesores, estudiantes, investigadores, psicólogos, sociólogos, un arzobispo, un quiosquero, una bisabuela y un general.
Los niños, reflexiona la autora, deben experimentar por sí mismos el mundo, la importancia de su propia vida, los fenómenos naturales, la belleza, la ciencia, las relaciones humanas, el cuerpo, la música, la frustración de los deseos, la muerte. Padres y educadores no siempre son capaces de ofrecerles esas oportunidades y estímulos. A veces, la naturaleza y los animales quedan demasiado lejos de casa. Otras, las servidumbres de la vida moderna impiden que los hijos pasen suficiente tiempo con sus padres. También pesan la falta de confianza en las capacidades del menor y el exceso de protección. Finalmente, no siempre los centros infantiles tienen medios para satisfacer esas necesidades.
Conocimiento cotidiano
La etapa es importante, indica la especialista, porque después la escuela, con sus normas y su burocracia, se encarga de ‘matar’ el infinito afán de los niños por conocer el mundo en que viven. Especialmente, la escuela primaria alemana, que clasifica a los alumnos desde muy pequeños en función de su éxito o fracaso académico para el bachillerato o la formación profesional.
«A los niños no se les puede enseñar. Solo pueden aprender por sí mismos», reflexiona la autora. «La familia sigue siendo la fuente principal de educación de un niño. Los padres son los transmisores de conocimiento más eficaces para sus hijos y deben incentivar esa relación». Y añade: «La vida cotidiana es el centro fundamental de formación universal y cada hogar puede convertirse en una auténtica cámara de las maravillas del aprendizaje».
Ahora a conseguir el libro! ¿Alguien lo leyó?