… Cuando vivíamos en DF, Gaia asistía a clases de gimnasia artística en un centro del ayuntamiento. Para que los papás esperemos habían colocado en la entrada unas mesitas que contenían juegos de dominó y ajedrez.

Jamás aprendí a jugar ajedrez. Ni siquiera sabía los movimientos, ni el nombre de las fichas.

Cuando Gaia vio por primera vez el juego, quedó…. enamorada? capturada? quien sabe qué sintió… lo único que sé es que a partir de ese día le obsesionaba poder aprender a jugar. Cuando salíamos de su clase nos sentábamos en una mesita y ella jugaba con él como le parecía, inventando movimientos y jugadas….

… un día cuando salimos había una mamá jugando con su hija…. salió disparada hacia ellas, saludó y les preguntó si podía mirar… ese día estuvimos hora y media allí… no sólo miró, sino que la mujer, al ver la atención de Gaia, le enseñó algunos movimientos.

¿mi intervención? esperar a que terminara, aunque me sentía súper cansada y lo único que quería era llegar a casa.

Esta Navidad, ya mudados a Puebla, Santa le trajo un económico juego de ajedrez de bolsillo, de esos que son fichas en miniatura con imanes. Fue el regalo más barato, y el que más le gustó. El juego traía un instructivo, que devoró. Aprendió el nombre de las piezas y los movimientos que aún no sabía.

¿mi intervención? gastar 25 pesos en el juego y leer el instructivo para poder jugar con ella.

Papá tampoco sabe jugar ajedrez. No podíamos ayudarla.

¿su intervención? bajarle de internet un programa tridimensional de ajedrez, para que pudiera practicar.

Ahí va, aprendiendo y disfrutando del juego. Y cuando tiene chance, juega con amigos.

A veces ellos necesitan de intervenciones mínimas para avanzar. Sólo tenemos que estar ahí, observando qué necesitan, cuándo lo necesitan, y en qué medida lo necesitan.

Yo lo llamo el AMI (acción mínima indispensable).